6.14.2009

¡Salvas para Pedro!

Allá en la Sierra Maestra un guajiro entrado en años haló lentamente el rústico taburete y lo recostó a uno de los horcones que sostienen el portalón de la llamada Casa de los Medina. Se sentó, abotonó la sudada camisa verde olivo, puso su sombrero sobre una de las rodillas y empezó a acariciarlo con los dedos de la mano libre. En la otra sostenía un jarro metálico con humeante café.
Rato después llegaron al lugar varios campesinos a quienes les sorprendió igualmente la ingrata noticia. Entre sorbos aromáticos y el humo de tabacos recordaron en voz baja al fallecido.
No podía ser de otra manera, Pedro Álvarez-Tabío Longa había sido una persona muy cercana a ellos, a todos los que residían en esos alrededores.
Durante los últimos lustros se había dedicado en cuerpo y alma a la investigación histórica de una importante etapa de la guerra revolucionaria en esa zona intramontana. A guardar de manera intachable los documentos históricos, según reconocimiento público del compañero Fidel.
También a la salvaguarda y conservación de los valores patrimoniales del Ejército Rebelde en la actual provincia de Granma, fundamentalmente, en el área del Primer Frente guerrillero donde radicaba la Comandancia General en La Plata, municipio granmense de Bartolomé Masó Márquez.
Los humildes y celosos custodios reunidos constituían algunos de sus más estrechos colaboradores en la zona.
Hacían mención a lo muy afectado que quedó Pedro tras recorrer la región hace pocos años y ver la devastación ocasionada en el sagrado lugar por un huracán. Aquel meteoro había arruinado toda la flora y fauna, muchas de las históricas instalaciones rebeldes y caminos guerrilleros, demoraría muchos decenios la recuperación, habían sido testigos de aquella opinión de Pedro, expresada con el rostro deshecho por la aflicción y con lágrimas en los ojos.
Pensaba en el momento de dar esa noticia personalmente al Comandante en Jefe, de cómo se afligiría el líder, seguramente recordaban.
En La Habana el ardiente sol sabatino desapareció y se perdió entre conjuntos de encubridoras nubes oscuras que hicieron más suave el adiós hacia cualquier lugar de ese amigo. No hubo lluvia, a este tipo de hombre no se le despide con lágrimas, determinó sabiamente en la fecha la madre natura.
Supe la noticia por un despacho de prensa con crédito de un colega a quien he acompañado y me ha acompañado desde los años rosas de inicios de los ochenta, en incontables e inenarrables avatares de la agridulce labor periodística.
Por Amado de la Rosa Labrada conocí a Pedro. Sucedió una noche frente al malecón de nuestro natal Manzanillo, mientras él acompañaba y servía de guía al legendario arqueólogo noruego Thor Heyerdahl, el de la expedición de la Kon-Tiki, en 1947. Me había invitado a entrevistar al mismísimo émulo de Leif Eriksson.
Fue el primero de muchos encuentros, algunos en plena montaña, otros en insospechados lugares donde coincidíamos impensadamente, en cada ocasión lográbamos el momento para saludarnos.
Desde hace algún tiempo nos dejamos de ver personalmente, sabía de su enfermedad, por lo que desde la lejanía impuesta por sus responsabilidades y la mía siempre trataba de estar al tanto de su suerte, pero la desaparición física me sorprendió y conmovió.
Recordaré su amplia y bonachona sonrisa que ensanchaba hasta la desmesura su vigote, sus estudiosos grandes ojos detrás de modestas gafas, su sabio e inteligente verbo, su humildad, decencia y modestia asumida de cuna por Rita y en el diario quehacer por las enseñanzas de Celia.
La montaña está de luto. También la provincia de Granma de quien es hijo adoptivo, sus amigos y los celosos guardianes del otrora Primer Frente rebelde allá en la Sierra Maestra: La Comandancia, Altos Naranjo, Santo Domingo, entre muchos otros.
¡Salvas para Pedro!

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