9.13.2009

Comandante humilde, valiente, leal y musical

Comencé a admirar al recién fallecido Héroe de la República de Cuba, Comandante de la Revolución, Juan Almeida Bosque, aún antes de la enmienda, de que fue él quién gritó al mediodía del 5 de diciembre de 1956, bajo metralla y casi calcinado por el fuego de los cañaverales de Alegría de Pío, la criolla y paradigmática frase: ¨…aquí no se rinde nadie, carajo¨.
Antes, el guajiro Manuel Leizán, propietario de la finca Las Delicias, en el barrio de Mamprivá, en las afueras de Santiago de Cuba, donde fueron a dar Fidel y Almeida, entre otros, luego del fracaso militar del asalto al Cuartel Moncada, me había hablado de cómo conoció al negro Almeida.
Exhausto del andar por las estribaciones por la zona, pidió a Fidel que le dejara, que se salvara, pués ya él casi no tenía fuerzas para continuar la marcha; entendía que significaba una carga para quienes intentaban internarse en la serranía, me dijo ese campesino en su casa.
Ante la insistencia y decisión de Fidel, de que no abandonarlo, le escuché decir que se inmolaría, que era Fidel quién debía de salvarse, me reveló ML, protagonista y testigo histórico de un eslabón trascendente en el posterior desenlace de la última etapa de nuestras gestas libertarias.
Tal anécdota, pérdida entre muchas otras de momentos de nuestra historia, me conmovió y fortaleció en mí la imágen de humildad, valentía y decencia que siempre tuve de esta figura, a mi juicio, la de más baja ascendencia en familia y carisma para las grandes masas entre los líderes históricos de la Revolución Cubana.
Tampoco dejó de llamarme la atención, cómo a pesar de ser un hombre parco para hablar en público, había logrado encontrar una excelente vía para la comunicación con las masas, por intermedio de las más de 300 composiciones musicales, muchas de ellas éxitos de hit-parade, logró ser escuchado como ningún otro; quizás eran sus momentos de desahogo ante las presiones de sus responsabilidades militares o políticas, pienso.
También fue muy leído en excelentes libros testimoniales, y por poemas publicados en revistas.
En muy contadas ocasiones tuve la dicha profesional de coincidir personalmente con él, sin embargo, nunca me atreví a expresarle mi admiración por su ético andar revolucionario; no era dado a nada que pareciera adulonería.
Sin embargo, reafirmé internamente que sus dimensiones físicas de hombre eran desbordadas por su humildad, valentía revolucionaria y lealtad a Fidel y Raúl, a la Revolución, a su pueblo.

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